Si no estás en alguna red social eres un tarado y vas a perder el
trabajo (si es que tienes uno que perder).
Para algunos psicólogos, si eres adulto, joven, y no estás en Facebook
o Twitter eres un psicópata, un asocial peligroso. Los responsables de recursos
humanos también recelan. Si no estás en alguna red es que debes tener algo que
esconder. En conclusión, puedes ser un cabrón con pintas, pero nadie lo
sospechará si tienes un perfil en una red social que te dé apariencia de ‘normalidad’.
Como de costumbre, lo que seas capaz de aparentar te abrirá más puertas que
aquello que en realidad seas.
En opinión del psicólogo Cristopher Moeller, recogida por el diario
alemán Der Taggspiegel, siempre y cuando el tiempo dedicado no exceda lo que se
considere una adicción, alejarse de las redes sociales como si te produjeran
alergia es sospechoso, síntoma de ser un inadaptado, porque las personas de bien, equilibradas
y “normales” se relacionan en la red. James Eagan Holmes, el asesino de
Colorado que mató recientemente a 12 personas en un cine, y el noruego Anders Breivik,
el ultraderechista que mató en la isla noruega de Utoya a 69 personas, no
tenían perfil en Facebook.
Le comento todo esto a mi madre con cautela para no despertar a la
bestia que lleva dentro, dado que ella tampoco tiene perfil en ninguna red
social. A sus 73 años, todo este universo de las nuevas tecnologías es algo que
entiende hasta un determinado punto, a partir del cual, en su opinión, el sentido común desaparece. Su sentido común
le dice que estamos demasiado influenciados por las nuevas tecnologías. Que no
es normal que el mundo virtual le esté robando tanto espacio a las relaciones
personales cara a cara, mirándose a los ojos. Y que ella no tiene perfil en
Facebook, que no se lo piensa crear, y que por ello no se considera ni cree que
la deban considerar asocial ni desequilibrada.
Equilibrio entre las esferas
real y virtual
Como profesional de la comunicación, he de decir que entiendo los dos
extremos. Entiendo la influencia de las nuevas tecnologías y cómo han
modificado el modelo de relaciones interpersonales. Pero no comparto que esos
avances nos roben tanto espacio íntimo y personal para dárselo al ámbito
virtual, en el que las apariencias se mueven con mayor facilidad al amparo de
cierto anonimato. Quizá, es consecuencia de que mi edad me sitúa a medio camino
de ambas fronteras. Manejo el universo 2.0, pero crecí jugando a la peonza, los
cromos y el futbolín.
En su ensayo ‘Del bisonte a la realidad virtual’, Román Gubern, historiador
de medios de comunicación, ya divisa un futuro en el que la realidad virtual tiene
un espacio importante. La meta es construir todo un universo paralelo en el que
las personas puedan actuar de forma idéntica a como lo harían en el mundo real.
Eso significa desenvolverse hasta extremos como el de entrar en una biblioteca,
averiguar la referencia de un libro, dirigirte a una estantería y consultar un
ejemplar del mismo. Todo eso, de modo virtual.
Estoy convencido de que el equilibrio entre las esferas real y virtual se
encuentra en algún punto del camino entre las interpretaciones del psicólogo
Moeller, Román Gubern y mi madre. Estamos delegando en las nuevas tecnologías
ámbitos personales que deberíamos resolver de otro modo. Tengo la sensación de
que estamos dejando de ser personas para convertirnos en una especie de periféricos
de nuestro ordenador o nuestro smartphone. Yo me niego a ello.
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